Hacer cine para no morir
   

Desde mediados de los años 80 y hasta la primera década de los 2000, la mirada de Luis Ospina parece concentrar su atención en la figura del artista marginal. Lo hace a través de personajes proscritos, de personalidades rebeldes e identidades disidentes, que protagonizan un ciclo de películas interesadas en armar una suerte de historia alternativa de la cultura nacional. Las propuestas formales de estos filmes, sus métodos de aproximación y recursos estilísticos, parecen variar en cada entrega, sugiriendo que los personajes —o lo que Ospina pretendió desentrañar a partir de cada uno de ellos— definieron de alguna forma el resultado final de cada película. Estas obras no actúan simplemente a modo de representación de aquellos que se sitúan delante de la cámara, sino que, por extensión, revelan también algo del cineasta que está detrás.


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